En el pabellón municipal, en cambio, la cubierta del edificio ayudaba a conservar el calor producido por los cientos de caminantes que pernoctaron en él. Las vallas que otrora sirvieron para colgar las pancartas y banderas de los equipos locales, el miércoles eran simples estandartes en los que tender la ropa sucia. Pero dentro de la aparente anarquía que puede reinar en un espacio en el que las esquinas se llenan de prendas de muy distintos usuarios, cada uno sabe muy bien donde deja su camiseta o su pantalón. Según indicó David Nieto, un valenciano que viene desde Sarria, a la mañana siguiente todos saben cuáles son sus piezas de abrigo y no suele haber confusiones.
La comodidad del pabellón cuenta, en cambio, con sus críticos. Daniel Hernández y Víctor Plaza, ambos de Madrid, conversaban en la noche del miércoles sobre el estado en el que se están encontrando las instalaciones municipales. Según indicaba Hernández, que ya ha hecho las etapas hasta Santiago en cinco ocasiones, este año el camino se ha convertido en una manifestación. «Todo el mundo va a la carrera. Nos levantamos por la mañana y ya ves a gente que ni mira al paisaje ni para en las iglesias. Lo único que quieren es una plaza en el siguiente albergue», indicó. Esto, según Hernández, hace que el camino pierda el carácter espiritual que lo caracteriza. «Más que un camino hacia una catedral, parece una excursión por el campo», señaló.
Pocos servicios
Entre los puntos débiles que destacan los que estos días caminan hacia la capital compostelana están las instalaciones. En Palas de Rei, según destacó Hernández, los servicios del pabellón municipal fueron insuficientes para el aluvión de peregrinos que llegó el miércoles. «Solo hay un baño de hombres y otro de mujeres para cientos de peregrinos», señaló. La suciedad y la calidad de las instalaciones también supusieron un estorbo para los peregrinos. En cambio, tanto Hernández como Plaza reconocieron que los problemas de higiene se deben, casi siempre, al mal uso de los peregrinos. Su solución a la falta de baños pasa, según indicaron, por colocar unas cabinas provisionales a la salida de los pabellones.
Las voces, las risas y las quejas, en cambio, se fueron diluyendo a las once menos cuarto de la noche. A esa hora comenzó el toque de queda con el apagado de las luces del pabellón municipal. Aunque algunos seguían haciéndose paso entre las mochilas con la luz de sus móviles, poco a poco fueron empezando a oírse los ronquidos propios de las noches en el albergue. El camino continúa, la masificación sigue creciendo.
Fuente: http://www.lavozdegalicia.es/lugo/2010/07/23/0003_8626766.htm
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